lunes, 1 de marzo de 2010

la cueva

Hace ya bastantes años -como quince- yo tenía un programa de radio llamado La Cueva. Cuando entré en lo que ahora llamarían la preadolescencia, y me hice fan de los cuarenta principales, como correspondía, jugaba a ser locutora, grabando la presentación de cada una de las canciones que grababa en una cinta, para luego escucharlas una y otra vez.
Así que cuando empecé en la universidad y me enteré de que buscaban gente para una radio libre, yo me presenté voluntaria. Me dieron una hora muy apropiada para mi programa: un lunes a las cuatro de la tarde. Apropiada para escuchar poesía y música de cantautor -básicamente el contenido de mi programa. Estoy segura de que mis pocos oyentes lo utilizaban en sustitución de los documentales de la 2.
Hice el programa durante cinco años. Cuando rodé un poco, me pasaron a la noche. Y allí me iba yo, con mis libros de poesía y mis discos, con una pequeña lámpara que enchufaba en la pecera para darle un aire más íntimo, a imaginarme que le leía a la noche. No lo hacía mal, pero cuando escucho las grabaciones se me suben los colores.
Alguien me comentó el otro día que le gustaba la estructura del blog, esa mezcla de textos, imagen y música. Y de repente, caí en la cuenta de que en realidad estaba imitando la estructura de La Cueva: buscar la música que acompaña a cada poema.

La memoria es algo extraño. Olvidamos cosas que fueron importantes para nosotros. Recordamos otras que no lo fueron tanto.

Tengo un amigo que me recuerda recitando versos de Blas de Otero: "horror a manos llenas". Y se recuerda a sí mismo riéndose de ello con sus compañeros de instituto. Yo, sin embargo, que adoraba al poeta y me emocionaba leyéndolo, que sentía que La Cueva era una parte importante de mi identidad, lo había olvidado.

y como no podía ser de otra manera, Silvio acompaña esta entrada, como me acompañaba entonces a cada paso


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