domingo, 28 de agosto de 2011



















El viento juega con los visillos. Afuera sol, para variar.

Me siento en la cama, con las piernas muy juntas, las manos sobre las rodillas, en silencio.

Como esperando, sin saber muy bien a qué.
Cualquier cosa, menos la muerte.

miércoles, 18 de mayo de 2011

actos de fe

Nos engañaríamos si no nos mintiésemos,

si no diéramos paseos con el mismo afán

con el que un hombre da la vuelta al mundo,

si no llegáramos a ver

tras la gris muralla de la rutina

los diáfanos templos que se yerguen en el mar

y tuviéramos que reconocer

que todo es simplemente tal y como parece.

Qué pobre representación

sería entonces nuestra vida

sin esa suerte de imaginarios decorados

que nos regala un paisaje, el amor, un libro,

sin esa infinita piedad

de saber que la vida esconde

imperios de luz detrás de las sombras,

como habita, agazapada bajo el canto triste,

la profunda semilla de lo alegre.


José Gutiérrez Román

domingo, 8 de mayo de 2011

...


“Y punto”. Así solía zanjar mi padre cualquier tipo de discusión. A partir de ese momento sabías que no podías añadir nada más. Habías tirado de la cuerda lo suficiente. Si seguías tensando, toda su furia estallaría en tu cara.

Un pensamiento se quedaba bailando entonces en mi cabeza. Una pregunta no formulada, derivada de esa obsesión infantil por la lengua y la ortografía que todavía conservo. Una cuestión absurda que de haberme atrevido a plantear hubiera, probablemente, arrancado en mi padre una carcajada de puro desconcierto. “¿Qué tipo de punto, papá?. ¿Punto y seguido, punto y aparte o punto final?”.

Punto y seguido. Una conversación detenida que se retomará en un futuro más o menos inmediato. Una pequeña pausa, un respiro con intención de reflexión y continuidad. Una parada en la estación para cambiar de tren. La siesta que me tomo cada tarde para poder encarar el resto del día (“sólo diez minutos”, me digo, aunque no siempre lo consigo). Una tregua necesaria.

Punto y aparte. Pausa indefinida para cambiar de un tema a otro, en relación pero desligado del anterior. La caída del primer diente. La graduación. El nacimiento de un hijo. Una ruptura sentimental. Delimita un párrafo de otro para ayudar a dotar de sentido una historia.

Punto y final. “El punto y final sólo se alcanza con la muerte”-decía mi abuela.

Treinta y cinco años, y sigo con mis dudas ortográficas. Sin saber cuándo dejar de tensar la cuerda.


La imagen corresponde a "Misterio", un poema visual de Pierre d. La, de su libro Hacia el interior.

miércoles, 20 de abril de 2011

ropa tendida

Llego a casa, cansanda. Tengo que vaciar la secadora para llenarla con la ropa de la lavadora, y empezar de nuevo. Me asalta un ligero mal humor. Llevo varios días con la intención de hacerlo y lo he ido postergando. De repente, con el balde entre las manos, me quedo inmóvil en medio de la cocina. Me vienen los recuerdos, me asalta una nostalgia infinita.

Hace años viví en Guatemala, en una comunidad indígena. Cada dos o tres días, agarraba mi pequeño montón de ropa, mis sábanas, la toalla, y me encaminaba despacio hacia el lavadero. Al principio iba temprano, cuando las mujeres estaba ocupadas en moler o tortear. Tanta era la vergüenza de no saber apenas lavar a mano.
Entonces, en aquellos momentos de soledad, pensaba en mi abuela, lavando en el agua fría del río la tonelada de ropa de una familia extensa de las de antes. La imaginaba bajando, tras romper aguas, a lavar todas las sábanas de la casa porque sabía que no iba a poder hacerlo tras el parto.

A las pocas semanas de estar en la comunidad de El Triunfo, se corrió la voz entre las mujeres del espectáculo que suponía ver hacer la colada a la gringa. Un día, al poco rato de aguar la primera de las prendas, una de ellas se colocó a mi lado, cogió la palangana, el jabón, y se puso a lavar muy despacio para enseñarme cómo se hacía. No dijo una sola palabra. Simplemente, me mostró. A partir de entonces, me adapté a su horario. Me gustaba aquel silencio lleno de las palabras incomprensibles de la lengua ixil, acompañadas de risas cómplices. Dejó de darme vergüenza, aprendí a reírme con ellas, a entender, a escuchar mientras frotaba, volteaba y retorcía. Aquella hora larga pasaba volando. Luego, cada una recogía su balde y regresaba a casa, con cierto pesar. Desde las cuerdas de nuestra casa, mientras tendíamos, nos sonreíamos.

Ahora estoy en mi cocina. Hacer la colada no es sinónimo de sudor, tampoco de palabras, de risas; ni siquiera implica un hermoso tendal, de poste a poste, donde airear nuestros secretos. Es un gesto mecánico de meter, sacar, añadir polvos a un cajetín, escuchar un ruido monótono.

Otro tiempo, otro lugar, otro ritmo, otra vida a la que no sé si volvería. Añoramos el pasado no por mejor sino por diferente.


martes, 19 de abril de 2011

The mood behind my eyes

miércoles, 13 de abril de 2011

MALABARISTA


Es alentar, mimar, dejar que pase

por debajo del cuerpo el agua turbia.
Es aspirar, estar a la altura, dejarse
la piel en el alambre desbaratando el vértigo,
estallando una a una las burbujas del aire.
Es hacer malabares con las manos atadas
y los ojos cegados
de tanta luz.

Julio Rodríguez. Naranjas cada vez que te levantas. Visor poesía, 2008

martes, 16 de noviembre de 2010

mediodía














Sentada en un café, dejo el lápiz vagar por el papel mientras miro a través de los cristales.

Las gotas de lluvia emborronan los charcos que hace un momento reflejaban el pasar de las nubes.
Exactos círculos concéntricos. Conjuntos disjuntos.

Las voces se amontonan salpicadas del chirriar de la cafetera, el tintineo de vasos y tazas.

Fuera los paraguas se cierran, los pasos se apaciguan. Vuelven las nubes a los charcos.

Regreso la mirada al papel, delante de mí.
Sin querer, he dibujado un mapa.
Me pregunto a dónde lleva.

Apuro el vaso, me pongo el abrigo, el sombrero. Busco las llaves.

Es hora de partir.