miércoles, 18 de mayo de 2011

actos de fe

Nos engañaríamos si no nos mintiésemos,

si no diéramos paseos con el mismo afán

con el que un hombre da la vuelta al mundo,

si no llegáramos a ver

tras la gris muralla de la rutina

los diáfanos templos que se yerguen en el mar

y tuviéramos que reconocer

que todo es simplemente tal y como parece.

Qué pobre representación

sería entonces nuestra vida

sin esa suerte de imaginarios decorados

que nos regala un paisaje, el amor, un libro,

sin esa infinita piedad

de saber que la vida esconde

imperios de luz detrás de las sombras,

como habita, agazapada bajo el canto triste,

la profunda semilla de lo alegre.


José Gutiérrez Román

domingo, 8 de mayo de 2011

...


“Y punto”. Así solía zanjar mi padre cualquier tipo de discusión. A partir de ese momento sabías que no podías añadir nada más. Habías tirado de la cuerda lo suficiente. Si seguías tensando, toda su furia estallaría en tu cara.

Un pensamiento se quedaba bailando entonces en mi cabeza. Una pregunta no formulada, derivada de esa obsesión infantil por la lengua y la ortografía que todavía conservo. Una cuestión absurda que de haberme atrevido a plantear hubiera, probablemente, arrancado en mi padre una carcajada de puro desconcierto. “¿Qué tipo de punto, papá?. ¿Punto y seguido, punto y aparte o punto final?”.

Punto y seguido. Una conversación detenida que se retomará en un futuro más o menos inmediato. Una pequeña pausa, un respiro con intención de reflexión y continuidad. Una parada en la estación para cambiar de tren. La siesta que me tomo cada tarde para poder encarar el resto del día (“sólo diez minutos”, me digo, aunque no siempre lo consigo). Una tregua necesaria.

Punto y aparte. Pausa indefinida para cambiar de un tema a otro, en relación pero desligado del anterior. La caída del primer diente. La graduación. El nacimiento de un hijo. Una ruptura sentimental. Delimita un párrafo de otro para ayudar a dotar de sentido una historia.

Punto y final. “El punto y final sólo se alcanza con la muerte”-decía mi abuela.

Treinta y cinco años, y sigo con mis dudas ortográficas. Sin saber cuándo dejar de tensar la cuerda.


La imagen corresponde a "Misterio", un poema visual de Pierre d. La, de su libro Hacia el interior.