la nieve era una fiesta
La casa amanece cubierta de nieve. El paisaje blanco, limpio. Un silencio profundo, surcado por el ladrido de los perros. Salgo a caminar. La nieve recién caída cruje, bajo mis pies: "criiik criik". Quizás la soledad es esto. Blancura, silencio roto, crujidos.
Camino hacia la casa de mi abuela. La encuentro agachada en el patio, rodando bolas de nieve para hacer un muñeco. Se sonroja. "Pensarás que estoy loca". Yo sonrío. Meneo la cabeza. Pienso que es afortunada. Pienso que es capaz de ilusionarse cuando nieva, a sus noventa años, y disfrutar haciendo un hombre de nieve. Pienso si yo seré capaz; últimamente la tristeza me pesa tanto que me cuesta sonreír.
Cuando me doy la vuelta para buscar una rama, me tira, juguetona, una bola de nieve. Yo se la devuelvo, y acabamos corriendo, entre risas, empapadas, con la nariz roja y los ojos brillantes. De repente, la vida se convierte en una fiesta. La tristeza no existe.
4 comentarios:
a lo mejor la clave está en hacer hombres de nieve, a la medida que nos parezca y con la certeza de que durará lo que dure el clima propicio, hasta que se sujete solo...
viva tu abuela!
No quiero que se me pase. He leído poco...me gusta. Voy a leer más.
te va a encantar Helena, yo estoy enganchá!
gracias, chicas
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