miércoles, 27 de enero de 2010

el ritmo del invierno

A pesar de vivir en la ciudad, mi niñez estuvo marcada por los ciclos del campo: las estaciones, las tareas, las cosechas. Cada viernes por la tarde, mi abuela nos recogía a mi hermano y a mí para llevarnos a su aldea. El autobús no llegaba hasta allí -sigue sin hacerlo- y debíamos caminar unos tres kilómetros en la oscuridad hasta llegar a casa. Durante el trayecto mi abuela nos contaba cuentos. Siempre llevaba una bolsita con gominolas para los momentos de flaqueza.
El sábado y el domingo transcurrían jugando en libertad entre quehaceres: ordeñar y cepillar las vacas por las mañanas, llevar en la carretilla los bidones de la leche hasta la carretera, yendar las vacas hasta el prado y de regreso a casa, sembrar o cosechar dependiendo de la época del año. En julio, además, estaban los quince días en que segábamos, recogíamos y almacenábamos la hierba. En otoño, apañábamos la manzana.

Con el paso de los años, a medida que mis abuelos se han ido haciendo mayores, las tareas se han ido reduciendo mucho: quedan los manzanos, un pequeño huerto y las gallinas de las que nunca quise ocuparme porque me picoteaban los pies. Aun así, permanece el ritmo que marcan las estaciones: ahora, en estos meses de invierno y quietud, toca preparar la tierra, sembrar, e imaginar la primavera: el color de las flores de los cerezos, el sabor de los primeros guisantes comidos a escondidas entre los surcos.

Toca pues mirar hacia adentro: abonar, sembrar, regar, imaginar. En ello estoy.



me gusta esta grabación antigua en vinilo;
además de ser perfecta, esta suite de Bach me recuerda al invierno

1 comentarios:

la chica de las biscotelas 28 de enero de 2010, 18:18  

la huerta de las entrañas!!!
qué bonito...