miércoles, 21 de octubre de 2009

A SOLAS

Es la primera vez que le pasa. Después de tantos años. No puede apartar ese pensamiento de la cabeza. Sube despacio por la escalera, casi a tientas, porque la carpa está a oscuras y sólo ha querido encender un pequeño foco. La luz mínima para no caerse.
Por fin llega a su trapecio, su casa. No se tira. Se desliza suavemente, con el impuso mínimo para no balancearse demasiado. Hoy necesita la quietud, el reposo. Volver a sentirse sola. Recuperar el control para que no vuelva a ocurrir, para que el mundo no tiemble a sus pies y se derrumbe.
Es la primera vez que le pasa. Después de tanto tiempo. “Nunca tuve miedo”, piensa mientras el trapecio pierde movimiento. Y es verdad. Volar mientras todos contienen la respiración es algo natural en ella. Ya la primera vez que subió pidió que no le pusieran red. Sabía que sólo tenía que creer firmemente que no se iba a caer. Confiar en sí misma a ciegas. En su fortaleza, su equilibrio, en su destreza, en su soledad. Mantener el control, a pesar de la fragilidad. Siempre le había funcionado. Siempre. Hasta aquella noche.
Tenía que haberse negado; haber hecho las maletas y haberse ido cuando le dijeron que a partir de entonces tendría que compartir el trapecio. Pero no lo hizo, y ahora está perdida: tiene que saltar y dejarse llevar.
La oscuridad empieza a desvanecerse poco a poco. Le queda poco tiempo, tiene que decidir.
El lanzador de cuchillos está a punto de llegar.

2 comentarios:

Anónimo 24 de octubre de 2009, 9:03  

La trapecista seguirá confiando en sí misma. Ciegamente, porque puede. En su equilibrio, en su fortaleza, en su destreza. Y en su soledad.
Claro que puedes.
Besos.

la chica de las biscotelas 22 de diciembre de 2009, 22:26  

vaya... no me extraña que te hayas sentido identificada con mi pecera... se tambalea tanto como tu trapecio... pecera pendular!